Ronée una vez salvó a un niño. A pesar de su raro cabello dorado, había pensado que no era más que una coincidencia. “Ronée, te amo. Quiero estar contigo para siempre." "Gracias por amarme." Pero el chico tenía entonces doce años y ella diecisiete. "Pero no podemos estar juntos." La diferencia de edad ya era bastante difícil, pero su padre querría entregarla a un candidato adecuado para el matrimonio. Estaba segura de que se opondría. Entonces, ella lo rechazó. Ella había pensado que nunca volverían a verse de todos modos. Sin embargo… "No hay otra mujer en mis ojos más que tú." Diez años después, apareció nuevamente ante Ronée, habiéndose convertido en Rey. "Gracias por amarme. Pero…" Tú, un Rey y yo no podemos estar juntos. Ronée se decidió a darle una respuesta realista. Le susurró en voz baja, sus ojos brillando peligrosamente. "¿Todavía no podemos estar juntos?" Un niño muy pequeño y débil se convirtió en el gobernante de un continente; sus manos suaves y frágiles se habían convertido en las manos fuertes y ásperas de un hombre. El Rey, Nabel, se movió lentamente sobre Ronée y se enrolló alrededor de ella como una enredadera. "¿Dónde aprendiste una cosa como esta?" El Nabel infantil ya no existía. Él era peligroso; no, incluso más que eso. Nabel sonrió adormilado. "Si es por ti... Puedo aprender incluso este tipo de cosas." Ante esas palabras que salieron de los labios del hombre con la sangre más noble del continente, los ojos de Ronée se abrieron como platos.