Yokodera es como cualquier adolescente: la perversión está en su naturaleza. No puede evitar mirar las faldas de las chicas y fantasear con ellas. Sin embargo, en su caso, cada vez que hace algo pervertido, de alguna manera se da vuelta y se malinterpreta como algo positivo para la comunidad. Cansado de ser tan pervertido, trata de liberarse de ello yendo a una parte especial de la ciudad. En la cima de una colina, lejos de la ciudad y al pie de un gran árbol, hay una escultura de madera de un gato que hace señas y se dice que tiene poderes especiales. En lugar de cumplir un deseo al usuario como un típico gato que hace señas, este toma algo del usuario, y, en el caso de Yokodera, su perversión. Aún dudoso, usa el gato que hace señas pensando que no le hará daño intentarlo, pero, poco sabe, su vida está a punto de dar un giro a lo inesperado.